sábado, 9 de mayo de 2020

DECRECER PARA CONSERVAR LA BIODIVERSIDAD

Un estudio sobre biodiversidad advierte de que es imprescindible el decrecimiento económico

Veintidós científicos liderados por el español Iago Otero descartan que el crecimiento del PIB pueda ser compatible con la preservación de los ecosistemas

Reportaje realizado por Cristian Segura para EL PAÍS. Enlace al artículo original

08/05/2020


Hasta hoy ha prevalecido entre Gobiernos y organismos internacionales el paradigma de que es posible salvar el medio ambiente y la biodiversidad manteniendo el crecimiento de la economía. Pero esta idea es solo una declaración de intenciones que no se sustenta con los datos recopilados desde el siglo XX. Es la conclusión a la que llega un grupo de veintidós académicos de instituciones como la Universidad de Oxford, el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales de Barcelona (CREAF), la Universidad de Leipzig o la Humboldt de Berlín, entre otros. El grupo, dirigido por el español Iago Otero, de la Universidad de Lausana (Suiza), cree necesario un cambio urgente de paradigma, y para ello propone una batería de medidas de choque para limitar los efectos de la economía en los ecosistemas.

El equipo liderado por Otero ha elaborado su tesis en un artículo publicado en abril por la revista Conservation Letters, coincidiendo con la pandemia de la covid-19. Otero explica a EL PAÍS que la crisis actual confirma las conclusiones del texto sobre la prioridad que debe ser salvaguardar la biodiversidad: “Una naturaleza bien conservada nos protegería de enfermedades como esta. Detrás de la pandemia está la deforestación, la expansión de la agricultura o el comercio de especies, que ponen a más gente en contacto con los animales portadores de los virus”.

Las medidas que proponen los veintidós científicos se resumen en siete puntos: limitar la explotación de recursos naturales y prohibir su extracción en áreas de alto valor ecológico; restringir la construcción de grandes infraestructuras que rompan la integridad de los espacios verdes; potenciar la agricultura de proximidad y limitar la expansión de las ciudades, favoreciendo al mismo tiempo un urbanismo de mayor concentración demográfica; compensar la destrucción de puestos de trabajo con la creación de nuevos empleos reduciendo las jornadas laborales; dificultar la promoción de aquellos productos procedentes de la sobreexplotación agrícola y de la naturaleza.

Superar el PIB

Los autores del estudio asumen que sus propuestas se enfrentarían a multitud de “barreras culturales y sociales” porque van contra “el imaginario que prevalece de un crecimiento ilimitado”. “Son propuestas para ser debatidas”, apunta Christoph Plutzer, profesor de la Universidad de Viena y uno de los firmantes del documento. La única medida que requiere “una acción inmediata”, según Plutzer, es consolidar nuevos índices que sustituyan al PIB y que evalúen el bienestar social y los niveles de protección del medio ambiente.

Estos académicos subrayan que hasta el momento no se ha podido sustentar un incremento del PIB con la reducción del consumo de recursos naturales. En los países desarrollados que sí se ha conseguido, añaden, ha sido a costa de un aumento de la explotación natural en sociedades en vías de desarrollo. El informe aporta datos que demostrarían una coincidencia en los niveles de evolución del PIB mundial desde 1960 con el de las explotaciones agrarias, el uso de pesticidas y fertilizantes, y con la demanda de consumo de carne. “La cantidad total de producción humana de materiales creció en el último siglo al unísono con el PIB global, sustituyendo ecosistemas a una escala masiva”.

Otro efecto del comercio global es la proliferación de especies invasoras, que son la segunda causa de extinción de flora y fauna. Los efectos del cambio climático en la biodiversidad también son evidentes, y el documento subraya las previsiones para el continente europeo: se estima que el 58% de las especies vegetales y de vertebrados perderán su hábitat en los próximos sesenta años. El artículo concede que es factible alcanzar un crecimiento del PIB disminuyendo el uso de recursos naturales y las emisiones de gases contaminantes, pero hasta hoy no se ha conseguido –excepto en momentos de crisis económica puntuales–, ni siquiera al ritmo necesario para cumplir los objetivos de dejar el aumento del calentamiento del planeta en torno a los 1,5 grados.

El llamado Pacto Verde Europeo, el plan de la Comisión Europea y de los principales Estados miembros de la UE para erradicar las emisiones contaminantes de la economía, comparte objetivos con el artículo publicado en Conservation Letters. La principal diferencia es que los autores  de este artículo defienden la necesidad de decrecer en términos de PIB para construir una sociedad “postcrecimiento”. “Nuestro trabajo propone ir más allá del crecimiento económico”, apunta Otero, “esto requiere dejar de utilizar el PIB como indicador guía”.

La primera solución planteada en el estudio es imponer a nivel internacional limitaciones en la cantidad de recursos naturales utilizados para la producción de los bienes comercializados. “Diferentes cupos podrían aplicarse a cada país dependiendo de su consumo histórico y los excesos en las emisiones de dióxido de carbono", dice su texto, y añade que “los topes pueden complementarse con moratorias específicas para la explotación de recursos en zonas de biodiversidad altamente delicada”. Otra propuesta es fragmentar los puestos de trabajo en jornadas laborales reducidas. “Bajo determinadas circunstancias, la jornada de trabajo más corta está relacionada con menores emisiones de carbono y otras afectaciones perjudiciales para la biodiversidad”.

Relocalizar la economía para disminuir la distancia entre los centros de producción y consumidores es otra medida clave, según el informe. Este requiere frenar la expansión geográfica de las ciudades en favor de explotaciones agrarias próximas a las urbes, evitando así la destrucción de zonas naturales en otras regiones. También piden poner coto al desarrollo de grandes infraestructuras y de redes de transporte que rompen la integridad de los espacios de valor ecológico.

ENTREVISTA A DAVID QUAMMEN

“Somos más abundantes que cualquier otro gran animal. En algún momento habrá una corrección”

Entrevista con el divulgador científico, autor de ‘Contagio’, libro de referencia para entender el coronavirus

David Quammen, en una fotografía realizada en el parque nacional de Yellowstone (EE UU).
David Quammen, en una fotografía realizada en el parque nacional de Yellowstone (EE UU).RONAN DONOVAN

Extracto de una entrevista de Marc Bassets para El País. Enlace a la entrevista original

19/04/2020

Son las cinco de la tarde en Bozeman, pequeña ciudad de Montana (Estados Unidos), donde los espacios son vastos y el distanciamiento social no necesita imponerse a la fuerza, porque forma parte del paisaje desde tiempo inmemorial.

David Quammen, de 72 años, cultiva su jardín cuando suena el teléfono. “Paseamos al perro por el barrio, saludo a los vecinos desde la otra acera y en tres semanas no he estado más cerca de seis pies [dos metros] de otra persona, aparte de mi esposa”, dice a EL PAÍS este veterano reportero y divulgador científico que hace años recorrió los cuatro rincones del planeta persiguiendo a los virus zoonóticos, es decir, que saltan de los animales a los humanos.

El resultado fue Spillover. Animal infections and the next human pandemic (Contagio, en la traducción española). El libro fascina y espanta. Por lo que cuenta: el mundo de las infecciones de origen animal. Y por lo que predice: una pandemia humana muy parecida a la del virus que causa la covid-19. Ahora es una de las obras de referencia para entender el ente microscópico que ha paralizado al mundo.


Pregunta. ¿Le sorprende lo que está ocurriendo?

Respuesta. En absoluto. Todo —el virus procedente de un murciélago que después pasa a los humanos, la conexión con un mercado en China, el hecho de que se trate de un coronavirus— era predecible. Es lo que los expertos a los que entrevisté para mi libro me decían.

(...)

P. ¿Por qué el murciélago se vincula al origen de tantos virus, desde el SARS hasta el ébola, y también el SARS-CoV-2?

R. Los murciélagos parecen sobrerrepresentados como anfitriones naturales de estos virus peligrosos. Por varios motivos. Primero, están sobrerrepresentados en la diversidad de los mamíferos. Una de cada cuatro especies de mamíferos es una especie de murciélago.


P. ¿Esto significa que hay muchos murciélagos?

R. No es simplemente que haya muchos en cuanto al número, sino que hay una gran diversidad de murciélagos. Y es posible que cada diferente especie de murciélago tenga sus propias especies de virus. Esta diversidad de especies ofrece un margen amplio para la diversidad de virus.


P. ¿Qué otros motivos explican que los murciélagos sean el origen de tantos virus?

R. Los murciélagos viven mucho. Uno del tamaño de un ratón puede vivir 18 o 20 años. Un ratón vive uno o dos años. Los murciélagos anidan juntos en colonias multitudinarias. He visto 60.000 en una cueva, todos apretujados. La longevidad y la masificación son circunstancias óptimas para que los virus pasen sin cesar de un individuo a otro. Y otra cosa: hay pruebas ahora, aunque no es seguro, que indican que los murciélagos tienen sistemas de inmunidad que han evolucionado para ser más hospitalarios ante cuerpos ajenos.


P. Y cada vez están más cerca de zonas urbanas, ¿no?

R. Así es. En particular los grandes murciélagos de los trópicos y subtrópicos. Estamos destruyendo sus hábitats y ellos buscan comida en áreas humanas donde haya huertos y árboles frutales en los parques. Todo esto les acerca a los humanos, lo que, a través de sus heces y su orina, aumenta las posibilidades de que los virus se extiendan directamente o a través de los animales domésticos.


P. ¿Debemos temer a los murciélagos?

R. No, no. Son animales bellos, magníficos, necesarios para la integridad de los ecosistemas. La solución no es quitarnos a los murciélagos de encima sino dejarlos en paz.


P. ¿Cómo?

R. Esta pandemia es una oportunidad terrible para educar, para entender nuestra relación con el mundo natural.


P. ¿Somos responsables los humanos de lo que está ocurriendo?

R. Sin duda. Todos los humanos, todas nuestras decisiones: lo que comemos, la ropa que vestimos, los productos electrónicos que poseemos, los hijos que queramos tener, cuánto viajamos, cuánta energía quemamos. Todas estas decisiones suponen una presión al mundo natural. Y estas demandas al mundo natural tienden a acercar a nosotros a los virus que viven en animales salvajes.


P. ¿Es la revancha de la naturaleza?

R. No lo diría así, porque soy un materialista darwiniano. No personalizo la naturaleza. No creo en una naturaleza con N mayúscula capaz de revancha ni de emociones. Los humanos somos más abundantes que cualquier otro gran animal en la historia de la Tierra. Y esto representa una forma de desequilibrio ecológico que no puede continuar para siempre. En algún momento habrá una corrección natural. Les ocurre a muchas especies: cuando son demasiado abundantes para los ecosistemas, les ocurre algo. Se quedan sin comida, o nuevos depredadores evolucionan para devorarles, o pandemias virales las derrumban. Pandemias virales interrumpen, por ejemplo, explosiones de población de insectos que parasitan árboles. Ahí hay una analogía con los humanos.


P. ¿Somos como estos insectos?

R. No. Somos mucho más inteligentes que los insectos de la selva. Debemos ser capaces de ver lo que se nos viene encima y transformar el choque en un reajuste de nuestra manera de vivir en este planeta.


P. “Ofrecemos más oportunidades que nunca a los virus”, escribe usted.

R. Porque somos más y porque estamos más conectados entre nosotros. Cuando entramos en la selva y capturamos a un animal salvaje —un roedor, un murciélago, un pangolín, un chimpancé—, y este animal tiene un virus, y este virus salta hacia nosotros, y descubre que en nuestro interior puede replicarse, y que puede transmitirse de un humano a otro… Cuando ha ocurrido todo esto, a este virus le ha tocado el Gordo. Se ha metido por una puerta que le ofrece una enorme oportunidad. Porque somos 7.700 millones de anfitriones potenciales para ellos y porque estamos hiperconectados: la peste bubónica mató quizá a un tercio de la población europea, pero en el siglo XIV no podía pasar a Norteamérica ni a Australia. El virus que causa la covid-19 es uno de los virus de más éxito del planeta, junto a la cepa pandémica del VIH. Y nosotros le hemos invitado a tener tanto éxito.


P. ¿Qué ha aprendido en los últimos tres meses sobre los virus?

R. Algo que me sorprende es que, hasta ahora, este virus no está evolucionando demasiado rápido. Algunos científicos, como Trevor Bedford en Seattle, han tomado muestras de varias personas en diversos momentos y en distintas partes del mundo, y han dibujado un árbol genealógico del virus. Han descubierto que los genomas del virus no varían mucho en el espacio y el tiempo. El virus no cambia porque no necesita hacerlo. Está teniendo tanto éxito —yendo de un humano a otro, en todos los países del planeta— que, desde el punto de vista de la evolución, no está sometido a ninguna presión para cambiar: ya le va bien siendo como es.


P. ¿Durante cuánto tiempo puede tener tanto éxito?

R. Hasta que tengamos una vacuna. En este momento, es posible que intente evolucionar. No es que lo intente en realidad, porque no tiene intención, solo es un virus. Pero por selección natural es posible que, accidentalmente, encuentre maneras de esquivar la vacuna. Y entonces empezará la carrera para encontrar vacunas mejores y nuevas. Pero es lo que ya hacemos con la gripe: necesitamos una vacuna nueva cada año porque cambia constantemente.


P. Mientras tanto, ¿el distanciamiento social y el confinamiento tienen un efecto en el virus?

R. Sí. Al confinarnos, le retiramos una oportunidad de extenderse de manera tan amplia e intensa como ha hecho hasta ahora.