La premisa de Fernando Valladares es que el virus es parte del ecosistema. Advierte de que puede ser el prólogo de lo que se nos viene encima si no cambiamos nuestra relación con la naturaleza
28/04/2020
Fernando
Valladares trabaja
en el CSIC.
Su investigación aborda los impactos de los cambios climáticos en
los ecosistemas terrestres, y durante la pandemia ha lanzado una
serie de vídeos y artículos tremendamente llamativos, poco
habituales en la prensa. Su punto de vista es macro: su premisa es
que el virus es parte del ecosistema. Dice que el coronavirus
puede
ser el prólogo de lo que se nos viene encima si no cambiamos
sustancialmente nuestra relación con la naturaleza.
PREGUNTA.
Tengo la sensación de que en los últimos años se multiplican las
enfermedades nuevas. El SARS, el MERS, el ébola, el zika... ¿Tenemos
más información o realmente hay más brotes potencialmente
peligrosos?
RESPUESTA.
Hay más información y más capacidad para detectar patógenos, pero
hay muchos
más brotes de
los que había hace 30 años. Tras esto, hay una combinación de
factores. La degradación de los ecosistemas es uno fundamental: una
fuente de problemas a muchas escalas. A esto hay que sumar la
globalización,
que hace que los patógenos viajen y contagien a una velocidad
inédita. Ni la globalización es la misma ahora que hace 30 años,
ni la población mundial es la misma ni el estado de la naturaleza es
igual. Una zoonosis que entonces podía ser local deja de serlo a una
velocidad brutal.
P.
¿Qué es la zoonosis?
R.
Una zoonosis es una infección humana que tiene
origen en un animal,
mediada por un patógeno que puede ser una bacteria, un virus, un
hongo, etcétera. Si en una ciudad china se produce una zoonosis,
como ha ocurrido, la globalización hace potencialmente incontrolable
ese brote, a no ser que se tomen medidas drásticas a una velocidad
de vértigo. A escala global, es muy difícil. El Gobierno del país
en cuestión puede ocultarlo, reaccionar tarde... Hay muchos factores
para que una zoonosis puntual tenga hoy consecuencias catastróficas
a escala mundial.
P.
¿Se sabe ya cuál ha sido el viaje del coronavirus desde el reino
animal a nosotros?
R.
Según la literatura científica, lo más probable hoy día es que el
virus se
haya originado en el murciélago.
Allí ha estado mucho tiempo y ha podido evolucionar. El coronavirus
específico que nos está afectando no es exactamente igual, ha
mutado en otras especies animales intermedias.
No se sabe exactamente cuántas y cuáles. Es una investigación tan
apasionante como difícil, casi hay que cantar bingo, porque estudias
el parentesco filogenético y te haces con una lista de sospechosos,
pero luego has de dar con un ejemplar concreto que tenga el virus.
P.
En este sentido, se habla del pangolín como 'culpable', pero me
parece que se crea una imagen errónea, porque en esa 'culpa' sería
fundamental la acción humana con esos animales. ¿Me equivoco?
R.
No, claro que no. Es exactamente así. Primero, el que ha buscado el
contacto con el animal no ha sido el animal. Segundo, en muchos de
los casos, el animal es infeccioso porque lo hemos fastidiado.
P.
¿El virus es parte del ecosistema?
R.
Sí. Tenemos que insistir muchísimo en que virus y patógenos hay
por todos lados. Hay en el ladrillo de la entrada de mi casa, en una
explotación forestal, en nuestras mascotas. Nunca vamos a poder
matarlos a todos: no podemos matar a todos los murciélagos, a todos
los pangolines, a todas nuestras mascotas, ¡a los ladrillos! Los
virus están ahí. Lo que importa es en qué cantidad, y si estamos
aumentando las posibilidades de que patógenos nuevos, para los que
nuestro
sistema inmune no está preparado,
de pronto entren en juego. Si no es este virus, habrá otros. La
cuestión no es “muerto el perro se acabó la rabia”, porque
vendrá otra cosa, y lo transportará el gato, o el ratón.
Demonizando bichos no vamos a arreglar nada.
P.
Podría sonar paradojico, pero ¿a más especies animales menos
posibilidades de que un animal nos pase un virus?
R.
Sí. Lo que necesitamos son muchos bichos. Es el cambio de paradigma
en el que yo quiero insistir. Vemos las selvas y otros parajes
naturales salvajes con un temor ancestral. Nos parecen muy peligrosos
para la especie humana respecto de las enfermedades. Pueden serlo,
desde luego: puedes pillar un patógeno raro allí, pero esto sería
una circunstancia muy local. Sin embargo, este proceso empieza a ser
peligroso para la humanidad cuando los contactos aumentan de forma
masiva. No es lo mismo que vaya un pequeño grupo de
investigadores a la selva que grupos de turistas en autobús. Todas
estas actividades llevan consigo una degradación del hábitat. Si
tienes que hacer una carretera para llegar, empiezas a perder
especies en el camino. Y aquí es donde entran los mecanismos que yo
comento: la biodiversidad, un sistema natural rico en especies,
nos protege; su degradación nos amenaza.
P.
¿Cómo nos protege la biodiversidad, exactamente?
R.
Cuando hay muchas especies distintas, animales grandes y pequeños,
carnívoros y herbívoros, mamíferos y reptiles, etc., se establecen
relaciones de competencia, de depredador y presa, parasitismos,
etcétera. Esta diversidad de interacciones hace que unas especies
controlen a otras y regulen su población. Bien: ahora estamos en un
escenario en el que no sabemos cuántos hospedadores hay para este
virus. Pero sí sabemos que, en un sistema rico en especies, ningún
hospedador favorable para el virus va a sufrir una explosión
demográfica, porque su población está controlada por las otras. En
cambio, si
desaparecen especies,
se puede dar la mala casualidad de que empiece a aumentar
demográficamente una especie que es portadora de un patógeno
potencialmente malo para nosotros. De manera que el primer nivel en
que nos protege la biodiversidad es este: grupos de especies que
controlan grupos de especies en un equilibrio.
P.
¿Es lo que usted llama “dilución de la carga vírica”?
R.
Está relacionado, pero es distinto. Hay muchas especies
potencialmente portadoras del virus, pero has de pensar que no en
todas las especies el virus va igual de bien. En algunas, donde el
virus va un poco peor, se produce un efecto cortafuegos. Esto se ha
visto ya con evidencias. Siempre pongo el ejemplo de la enfermedad
de Lyme,
en este caso una bacteria, en la Costa Este de América del Norte.
Esta enfermedad la
transmiten las garrapatas,
pero para ello tienen que estar un tiempo chupándole la sangre a
algún mamífero. Entre los animales que tenían esta bacteria, y por
tanto se la pasaban a la garrapata, que nos la pasaba a nosotros,
estaban las zarigüeyas y los ratones. Pues bien: los ratones tienen
una carga vírica muy alta, y las zarigüeyas muy baja. Cuando la
biodiversidad está repartida entre ratones y zarigüeyas, la carga
patógena media en las garrapatas que parasitan ambas especies es más
baja que cuando desaparecen las zarigüeyas porque nos hemos cargado
su hábitat natural. Desde este momento, los ratones transmiten la
enfermedad de Lyme de forma mucho más directa y efectiva. Ahí te
has quedado sin 'dilución de la carga vírica', y estás ante un
nuevo brote con alta incidencia en humanos.
P.
¿Cómo afectan las condiciones sanitarias de un mercado, por
ejemplo, en la capacidad de contagio de un animal que venden allí?
R.
A los animales les pasa lo mismo que a nosotros. Si a ti te tienen
metido en una jaula, te transportan 800 kilómetros y te dan de comer
mal, y te hacinan, y te tienen así varios días hasta que por fin te
venden para que te coman, tú has estado unos cuantos días estresado
y tu sistema inmune baja, de manera que tu carga vírica sube. Esto
no solo pasa con el coronavirus. Siempre pongo el ejemplo del herpes
zóster:
virus que tenemos y que, cuando el sistema inmune está bien, ni nos
damos cuenta, pero en cuanto baja y aumenta nuestra carga vírica, se
desarrollan los síntomas y nos convertimos en organismos
infecciosos. Esto ocurre con los animales que se
tienen en malas condiciones sanitarias:
no solo 'pobrecitos de ellos', sino que se convierten en bombas de
relojería biológicas.
P.
¿Dónde están instaladas estas bombas?
R.
Tenemos esta combinación fatídica tanto en sistemas artificiales,
como puede ser un mercado o una explotación ganadera —como vimos
en la gripe
aviar y
la fiebre porcina—, como en la propia naturaleza cuando los
ecosistemas se estropean. Si el ecosistema funciona bien, cada
individuo, con su acervo propio de patógenos, está bien. Pero
cuanto mayor número de elementos de estrés haya, el patógeno sube
su carga vírica.
P.
¿Tiene algo que ver el calentamiento global con que haya más
enfermedades que nos afectan a los humanos en los últimos años?
R.
No solo el calentamiento,
sino la destrucción de los ecosistemas provocada por distintas
actividades humanas. Nuevos patógenos surgen por ejemplo con la
desaparición de los hielos. Al fundirse glaciares y el permafrost,
ya hemos visto nuevos virus, que estaban perfectamente congeladitos,
y se ponen en circulación. Algunos de esos virus tienen potencial de
afectarnos. Muchos son completamente desconocidos para la ciencia y
no tenemos ni idea de qué función cumplen. Pero hay un riesgo.
P.
¿Cómo enfrentar esas pandemias futuras?
R.
La mejor protección es la naturaleza.
Es la mejor vacuna, y nos la hemos cargado. No me cansaré de
repetirlo: la naturaleza hace una protección integrada. Igual no es
perfecta, pero su protección es de amplio espectro, no te cuesta
dinero, es sostenida y cumple muchas otras funciones. La naturaleza
está de guardia las 24 horas del día. Los servicios que está
haciendo para mantener las condiciones físicas, químicas y
biológicas que reducen la carga vírica, para que los riesgos de la
zoonosis tengan unas dimensiones pequeñas, son impagables. Vamos
rescatando de la bibliografía y el conocimiento científico piezas
que nos permitan saber con precisión cómo funciona esta protección,
pero ya sabemos que es real.
P.
Hay gente que piensa que el virus se originó en un laboratorio, que
es una creación humana.
R.
Hay negacionistas
para
todo. Esta mañana leía algunas cosas en Twitter que me producen
vergüenza ajena y preocupación, porque empiezan a rescatar una y
otra vez la teoría de la conspiración de los chinos, que
hicieron esto en unos laboratorios,
etcétera. Yo ya no sé, como científico, qué hacer para frenar
esas conspiranoias peregrinas y paranoicas. Se sabe que el virus es
de origen natural. No ha sido manipulado.
P.
Aparte de la desaparición de 'especies cortafuegos', usted también
señala los peligros de la desertificación en la expansión de
epidemias, por otros motivos.
R.
Sí. En el polvo del desierto y en la atmósfera contaminada, muchos
patógenos aguantan más tiempo y viajan más lejos. Con esto no
quiero decir que el polvo del desierto sea un medio de contagio
peligrosísimo, pero son pequeños factores que, reunidos, aumentan
la carga vírica generalizada. Uno de los conceptos importantes que
hemos de dejar muy claros es que el
contagio, con el virus,
no es sí o no. Si a ti ahora mismo te viene un virus, ni te enteras.
Pero si te vienen cien mil millones, tu sistema inmune colapsa. Por
eso es tan importante el concepto de carga vírica. Pues bien: en la
contaminación
o
el polvo del desierto, los virus permanecen en suspensión más
horas. Entonces, si tú tienes a tu prima enferma y tose, y además
respiras en una atmósfera contaminada, al final del día la carga
vírica que tú has recibido por distintas vías es mayor, y las
probabilidades de que un virus encuentre un momento en que tu sistema
inmune esté más flojo, o una nueva vía de entrada a tu cuerpo,
aumentan.
P.
Además, según he leído, la contaminación también nos baja las
defensas ante una epidemia respiratoria.
R.
Claro. (…)
Te
predispone a que la enfermedad respiratoria sea grave. Desde la
ecología, muchas veces el mensaje es este: los problemas no son
sencillos, tienen muchas causas y hay muchos factores. Igual que hay
muchos animales portadores y muchas vías de llegar al virus, también
hay muchos factores que lo pueden amplificar o atenuar. Y ahí es
donde lanzo el mensaje de que una naturaleza que funcione bien, con
unos ecosistemas ricos en especies y en procesos, es la mejor barrera
contra patógenos.
P.
En otras condiciones naturales mejores, ¿el coronavirus podría
haber seguido existiendo sin que lo supiéramos?
R.
Exactamente. Todo virus, bacteria, etcétera es parte del ecosistema.
Si no nos afecta antes, o no nos afecta nunca, es en parte porque los
ecosistemas
están
equilibrados. El coronavirus podría haber seguido existiendo en el
mundo animal sin que nos diéramos cuenta, de no haber sido por una
acción humana que ha terminado forzando la zoonosis. Es como si te
metes en una selva y te quejas de que te ha devorado un jaguar, sin
darte cuenta de que eres tú, con tu comportamiento, el que ha
alterado el equilibrio del ecosistema y ha ofrecido al jaguar una
fuente de nutrición inesperada.
P.
Es fascinante que el virus ni siquiera esté propiamente vivo.
R.
Sí, los virus son unos elementos fascinantes. Están ahí, en todas
partes, encima de todas las superficies que pensamos que están
limpias. Tienen una capacidad de mutar muy grande, y en realidad no
son más que pinzas de información. Sin un lector al que conectarse
(la célula), no son ni organismos, no son ni seres vivos completos.
Por sí mismos, no hacen nada. Y van a estar ahí y han estado
siempre. Hay que aprender a convivir con ellos. (…)
Como
se dice en Naciones
Unidas,
el planeta entero tiene una sola salud. Si provocamos un daño en un
punto, no es una locura pensar que vamos a sufrir nosotros un daño
en otro.
P.
Los epidemiólogos se han quejado mucho de que no se les ha escuchado
antes.
R.
Y tienen toda la razón para quejarse. Han clamado en el desierto. Se
hace mucho hincapié en lavarnos
las manos,
pero hay un paso previo en la prevención que es fundamental: lavarle
las manos al medio ambiente. Ahora, cuando usamos guantes o
mascarillas, no sabemos exactamente dónde estará el virus, nuestra
protección es rudimentaria, probabilística. En cambio, una
naturaleza funcional, donde la carga vírica global esté en niveles
aceptables para nosotros y para todos los organismos intermedios que
lidian con estos virus, la protección es enorme.
P.
¿Es un error pensar que estas enfermedades raras vienen de animales
exóticos?
R.
Y tanto que es un error. Ha salido un artículo que hace una revisión
de los mamíferos en la Tierra y dice cuáles son los que tienen más
virus y patógenos, y lo que es paradójico y triste es que nos
rodeamos precisamente de estas especies. Hay 80 o 100 especies que se
acostumbran a los hábitats degradados o semidegradados, con fuerte
influencia humana, y están llenas de patógenos. Tenemos mucha tarea
que limpiar ahí fuera. Nos viene bien que haya mucho de todo, no que
haya mucho de unas pocas especies. Cuando determinados animales son
los únicos que quedan, si les va mal a ellos, nos va mal a todos. En
cambio, si hay especies alternativas, la función de control de
patógenos no se pierde del todo aunque le vaya mal, por ejemplo, al
jabalí.
Y este es el mensaje que en esta pandemia tendríamos que aprender y
aplicar.
P.
Estos días salgo a tirar la basura y Barcelona huele a campo. Veo en
internet imágenes de cervatillos por las calles de Burgos, delfines
en el puerto de Málaga, y mis amigos me dicen que desde Madrid se ve
la sierra como si estuviera al lado. Esto, que es agradable, ¿no
estará infundiendo una idea errónea sobre la capacidad de
restauración de la naturaleza?
R.
Estamos tan escasos de buenas noticias que yo tampoco le aguaría la
fiesta a la gente. Esas imágenes tienen una lectura que sí es
incontestable: la naturaleza responde, tiene una capacidad
sorprendente. Desgraciadamente, un mes o dos de confinamiento no van
a resolver la erosión, la desertificación, la pérdida de especies
o el cambio climático. De hecho, las especies que se aventuran en
las ciudades son la primera tanda, las más adaptables y
oportunistas. Ahora las ciudades están viendo mirlos, petirrojos...
Bueno, no está mal. Si empezamos a ver ruiseñores o tarabillas, la
cosa empezará a volverse más interesante. No es lo mismo ver un
jabalí en la calle que una comadreja. Una compadreja te indica que
el ecosistema ha recuperado mucho
más que un jabalí.
P.
¿El calentamiento global provocará mayores daños que este virus?
R.
Sí. Fíjate en las implicaciones económicas, sociales y
psicológicas de este pequeño desajuste. Pues esto es un ensayo. Si
recuerdas los incendios
tremebundos de Australia,
fue otro ensayo: fue una imagen del futuro. Un vistazo al fenómeno
del fuego en escenarios de clima como los que se esperan para muchas
partes del mundo. Aquello fue ver en el laboratorio australiano lo
que puede ser habitual en un margen de 15 años. Y esto de las
pandemias, que vendrán más, también lo es.
P.
¿No nos salvará la tecnología?
R.
La naturaleza es la tecnología más avanzada que hay. Cuando la
naturaleza no funciona bien, cuando traspasamos un límite en nuestra
explotación de recursos, cuando se acumulan estos fenómenos de
huella y degradación ambiental, ocurren estas cosas. Nos lanzamos
hacia adelante pensando que la tecnología
y
la riqueza nos van a librar de todos los males, pero una economía
que no tenga en cuenta la preservación del equilibrio natural será
totalmente vulnerable ante estos golpes.
P.
¿Qué sería el éxito respecto de la lucha contra esta pandemia?
R.
Cualquier éxito que tengamos contra este virus, después del daño
que nos ha hecho, va a ser parcial y pírrico. Un éxito real hubiera
sido que no nos afectase. Y no es imposible. Necesitamos una clase
política que sea consciente del desafío. El éxito ante esta
pandemia no
es que podamos salir de casa,
sino que el riesgo de volver a estar confinados, por esta enfermedad
o por otra, sea tan bajo como era hace 30 años. Y no estamos como
hace 30 años. Somos el doble de gente y tenemos la mitad de
ecosistemas. Para volver a estas condiciones de tranquilidad, cuando
las posibilidades de una DANA, de unos incendios como los de
Australia o una pandemia como esta eran moderadas, pero bajas,
tenemos que cambiar muchas cosas. Y no las estamos queriendo cambiar.
Las medidas populistas y los parches no van a resolverlo, y estamos
contra las cuerdas.
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